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  • Foto del escritorCarlos Augusto Albán Vela

Tailandia - Un camino sin agenda donde entendí que meditar es medicar

Cuando recorres un lugar, aprendes muchas lecciones, aquí comparto algunas de mi imborrable viaje por Tailandia, el pasado enero de 2020.

De pronto creí que estaba lejos de mi país, pero cerca de mí y fue entonces cuando pensé que la distancia es relativa. Para estar cerca basta sentir el corazón, allí está guardada la gente que amamos.


¿Frente a qué o de quién estamos lejos? es la mente la que se encarga de determinar cómo te mueves y como te sientes. Muchas veces lejos están los que aún estando cerca no los sentimos presentes.

Cuando decidí visitar Australia, siempre estuvo en mi pensamiento venir a Tailandia, un país que hace parte del sudeste asiático. Esta zona está conformada por veintidós regiones en las que la ONU dividió el planeta, allí se encuentran Laos, Birmania, Camboya, Malasia y Vietnam. El resto del sudeste asiático se compone de una serie de archipiélagos, en él se encuentran los países de Indonesia, Filipinas, Singapur, Brunéi, la zona oriental de Malasia, Timor Oriental y gran parte de Papúa Nueva Guinea.

Tailandia fue un lugar “destinado a visitar “. Llegué sin un itinerario de viaje, solo sabía el hostal donde llegaría y cuando debía regresarme. El retorno era justo para llegar a Sídney tomar mis maletas y continuar mi recorrido hacia Estados Unidos.

La agenda invisible




Era una agenda invisible que se iría descubriendo a medida que recorría este país, tenía la certeza que más que conocer sus lugares paradisiacos, iba a encontrarme con personas, que como siempre, tenia algo que aprenderles y a quienes Él me pondría en el camino.

En Bangkok la tentación de comer en la calle es inevitable, allí empezó la primera aventura, hablar en mi básico inglés a tailandeses que hablan su idioma nativo. Solo tenía una preocupación principal con cada alimento que iba a comprar y era saber si tenía o no condimentos picantes, por ello la pregunta inicial, luego de señalar el plato que me llamaba la atención, era tener la certeza que no fuera carne de res y que no tuviera picante.

Is it spacy?

Y siempre la respuesta era: is not spacy.

Volvía a preguntar

¿Are you shure?

¿Usted está seguro?



La comida siempre estaba cargada de picante y al probarla sentía que me salía humo por las orejas y ellos, en su tradicional saludo, no hacían más que tocarme suavemente la espalda mientras se burlaban de mi débil paladar.

Pedía agua y era como avivar el fuego. De allí en adelante no paraba de preguntar lo mismo, pero entendí que el mundo es relativo, incluso cuando lo saboreamos.

Me comía todo lo que compraba, pero aprendí que el cuerpo se entrena para recibir, para resistir y también para disfrutar.

Recorrí el Barrio Chino en Bangkok, el más chino que haya conocido, había mucha gente y mucho ruido, quería salir corriendo del lugar, pero de pronto hice un alto y tome conciencia de lo que significaba estar allí y empecé a hacer un ejercicio de contemplación, una pausa que me permitió disfrutar de las máscaras, del rojo que se imponía en todo el lugar. Y como en todo mi viaje sentía que estaba en el mejor lugar del viaje, pues era donde Él me había puesto y donde estaba viviendo mi presente.

El uso de los tapabocas me perseguía, antes de partir ya los estaban usando las personas en Australia como consecuencia de los incendios forestales, en Tailandia decían que tenía que ver con los altos niveles de contaminación y con un virus que se estaba propagando desde China, que mataba a la gente a través del aire. La verdad me parecía un poco exagerado en ese momento.

Desde entonces me acompañan los tapabocas, yo que pensé inicialmente que era un problema de ellos, al final se convirtió en un problema de todos. Hoy seis meses después de regresar de mi viaje, veo las cosas diferentes y entiendo que “el problema de uno es el problema de todos”.

Volvamos a Bangkok, era una ciudad en la que pensé que iba a estar un día y me quedé tres. Visité todos los templos budistas que pude, sin embargo, no vi dentro de ellos una conexión espiritual. Para mi gusto y compresión existía demasiada ostentación. Los Budas gigantes de oro me produjeron el mismo sentimiento de desconcierto que cuando visité el Vaticano y la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo en España.

¿Cáliz de oro, Budas de oro? ¿Será que, para venerar, orar o meditar se necesita tanta opulencia?

Wanayran, una centroamericana a quien conocí por referencia de una amiga colombiana, consideraba que el tema de los grandes budas también era político, que los gobernantes querían superar en tamaño otros monumentos de sus vecinos y era quizá una de las principales razones de la desproporción del tamaño de muchos de los monumentos, sumado a los recursos económicos que genera el turismo. Esta situación no afecta las bondades que ha tenido para la humanidad el budismo y sus enseñanzas, pero ello no significa que no pueda tener otras miradas, como ocurre no solo en esta disciplina, sino también en las distintas religiones.


A propósito de Wanayran, me enseñó varios principios importantes para este camino. Me dijo, por ejemplo, que en este viaje y en cualquier practica espiritual tuviera como compañía la luz de Dios.

En las conversaciones con mi nueva amiga decía frases que sentía que se iban quedando marcadas en mi corazón, por ejemplo, está otra “cada día una vida”.

Wanayran era consciente de la presencia de Dios y lo escuchaba y le hablaba, como a muchas personas que he conocido en el tiempo reciente, quienes, a través de la oración, del encuentro con seres que han trascendido, de señales de la naturaleza, reciben mensajes para su vida.

Él busca los suyos para comunicarse con nosotros y lo que debemos saber es como conectarnos.


Llegué a Chan Mai, a la Universidad Mahachulalongkornrajavidyalaya o MCU, (en tailandés: มหาจุฬาลงกรณราชวิทยาลัย) es una de las dos universidades budistas públicas en Tailandia. Está situada en el templo Wat Mahathat Yuwarajarangsarit Rajaworamahavihara.

Fue fundada en 1887 por el Rey Chulalongkorn con la intención de crear un centro universitario de nivel para los monjes, novicios y laicos budistas. Está especializada en estudios budistas. Comenzó sus clases en 1889 y asumió su actual nombre en 1896.

En este Centro Mundial de Educación Budista recibí mi taller de meditación. Entre las primeras explicaciones destacaron la importancia de realizar un entrenamiento moral, uno mental y uno de sabiduría, además de la elaboración de un discurso correcto y de una acción correcta, lo cual se logra con una concentración, un entendimiento y un pensamiento correcto.

El monje, que dictaba el taller dio la mejor definición que he escuchado de meditación: meditar es medicar.

La disciplina o rutina diaria para meditar tiene efectos en la salud mental y física, afirmación en la que coinciden reconocidos científicos del mundo entero.

El maestro recomendaba que tomáramos mucha agua, el mayor número de veces que fuera posible, consideraba que es el mejor energizante que podía recibir el cuerpo.

Compré en el lugar un libro que explica 45 formas de meditación, tema que me sorprendió mucho, pues aparte de las nuevas técnicas que había estudiado en Australia y ahora en Tailandia, me parecieron demasiadas, pero he ido descubriendo que las técnicas son infinitas, al final se trata de poner la mente en calma en un tiempo justo, por lo que el número de meditaciones podría ser proporcional al número de personas que habitan este plano.

En este maravillo viaje entendí que Dios sabe que pasará mañana, entonces para que me preocupo hoy.

Hoy está conmigo, entonces para que me preocupo.

El camino seguía. Él me llevó a Pai, en este lugar comprendí que la naturaleza en combinación con la mano del hombre son un juego perfecto de la creación.

Caminaba por sus calles cuando vi la oferta de un curso de masajes tailandés. Durante tres días aprendí de la técnica. Lo que más me emocionaba era la sensación de sentirme viviendo la cotidianidad en un lugar como este. El maestro, un anciano de muchos años, me mostró dos budas que estaban a la entrada de su consultorio, que representaban el respeto y el servicio. Debes respetar el cuerpo que tocas y saber que lo que estas aprendiendo es para servir a los demás.

De regreso a Bangkok conocí a una psicóloga chilena, que emocionada me contó de su experiencia con un monje hindú, quien le enseño que la búsqueda espiritual es como una pirámide, donde cada cual escoge un lado para recorrerla, pero al final todos llegan al mismo punto.

Mientras tanto vivo.



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